Todo castillo tiene una larga historia y Colditz no podía ser la excepción. Para conocer sus orígenes debemos remontarnos al año 1046 cuando el emperador Enrique III concedió el permiso para la construcción del primer asentamiento sobre la colina. En 1158 el emperador Federico Barbarroja nombra a Thimo I como señor de Colditz, iniciando una dinastía que se alargaría hasta 1404. A su término la fortaleza cambió de propietarios, sufrió varios incendios e incluso durante los reinados de Federico III y Juan, “el gentil”, se convirtió en palacio real de los electores de Sajonia. Durante este periodo el recinto fue sufriendo reformas que ahondaron en su transformación de lugar defensivo, medieval, a un espacio más palaciego. En ese ámbito, para disfrute de sus habitantes, el parque del castillo incluso se convirtió en 1523 en uno de los zoológicos más importantes de Europa.
Con el tiempo, la fortaleza fue quedándose cada más anticuada para una nobleza que demandaba nuevos diseños, y el elector Federico Augusto III lo destina a asilo de pobres y enfermos. Servirá para este propósito desde 1803 hasta 1829, cuando pasa a convertirse en hospital psiquiátrico hasta 1924. Con la llegada al poder de Hitler en 1933 los muros del castillo pasan a ser prisión para disidentes o personas “indeseables” para el nuevo régimen. Este campo de concentración temporal duraría hasta 1934 cuando pasó a ser alojamiento, durante breves espacios de tiempo, de obreros pertenecientes al servicio de trabajo del III Reich. En 1939, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, será finalmente destinado a la función que le dará fama mundial.
OFLAG IV C, campo de prisioneros para oficiales
Con la invasión de Polonia finalizada, la administración militar germana rápidamente puso de manifiesto la necesidad de gestionar la ingente cantidad de prisioneros de guerra que se habían capturado. Así, en una fecha tan temprana como el 31 de octubre de 1939, el Wehrkreis IV, región militar basada en Dresden, crea el denominado Offizerslager IVC u Oflag IV C. Officer por estar destinado a oficiales, el 4 por ser el número de la región militar Wehrkreis y C por el ser el tercer campo de esta zona en abrir. Adicionalmente recibió también la denominación de Durchganglager o campo de tránsito, en 1940 la de Straflager, o campo de castigo para prisioneros “un tanto difíciles”, y en 1943 pasa a ser un Sonderlager, “campo especial”, hasta el fin de la contienda.
Cuando un prisionero llegaba a Colditz lo hacía normalmente desde la estación del pueblo desde la que se le conducía caminando y vigilado por una escolta armada hasta el castillo. Sin ser buscado, el impacto psicológico, al ver la mole del castillo sobre lo alto del pueblo dominándolo todo, no debía ser poco y este efecto debía acrecentarse ante las puertas del complejo.
Unas enormes hojas de roble reforzado con remaches metálicos daban la bienvenida a los prisioneros para, una vez abiertas, dar paso a la antigua barbacana y cruzar el puente sobre el foso seco. Al otro lado, al pie de la torre más alta del complejo, 36 metros, se abría una puerta similar a la anterior que daba acceso al primer patio. Allí, tras cruzar bajo la torre, si miraba a su derecha vería un gran edificio al otro lado del patio, la Komandantur. Completaban el perímetro del patio otros edificios de menor envergadura como la cocina, la cantina de la guarnición, y en el centro una carbonera semi subterránea que en el juego estaría situada junto al coche del comandante. El patio contaba con 3 puertas: la exterior, una arquería adyacente a la Komandantur y la tercera que da paso al segundo patio, el recinto de los prisioneros. Estos accesos estaban controlados por las características garitas de bandas rojas, blancas y negras, y los omnipresentes reflectores.
Traspasada esta tercera puerta, el prisionero pasaría un túnel donde antiguos almacenes habían sido reconvertidos en celdas de castigo para confinamientos en solitario. Saldría a un patio alargado en cuyo final estaría un edificio destinado al cuerpo de guardia, donde a su derecha una puerta bautizada con el poético nombre de puerta de los susurros le daría entrada al patio de los prisioneros. De menor superficie que el primer recinto, era una superficie adoquinada rodeada de edificios de 4 y 5 alturas que le robaban gran parte de la luz solar. Alojamientos para los oficiales, la cocina, la cantina, los alojamientos de los presos “prominentes”, la capilla y la enfermería. Construidos con gruesos muros eran una maraña de pasillos y espacios intercomunicados que, con el tiempo favorecieron la ocultación de materiales por parte de los prisioneros.
El patio contaba siempre con la presencia de dos centinelas, un retén de guardia y un foco sobre los dormitorios de los británicos. En torno a estos recintos se contaba con una alambrada que rodeaba la escarpadura y que, con sus más de 3 metros, contaba con una única puerta. Su perímetro estaba patrullado por 11 centinelas y barrido por los haces de luces de múltiples focos. El único acceso a la alambrada daba paso al parque del castillo donde los prisioneros salían para hacer deporte y que evidentemente contaba con un muro de 2 metros que con el tiempo sería reforzado por una alambrada.
Al mando del complejo se encontraba el Lagerkomandant, un ayudante y el aparato administrativo. Para darles soporte como tropas de seguridad contaba con la 4.ª compañía del Landesschutzen bataillon 395 que aportaba entre 3 y 4 pelotones. Paralelamente también había un gran contingente de civiles y habitantes locales que trabajaban en los terrenos del castillo, bien como mantenimiento o funciones médicas. No obstante, conforme avanzaba la guerra, la calidad de estas tropas fue en declive, quedando encomendada a soldados viejos o heridos que tampoco contaba con un armamento de primer nivel.
La némesis de los prisioneros y sus oficiales de fugas eran lógicamente los oficiales de seguridad. Los de Colditz fueron:
- El capitán Paul Priem fue el primer oficial de seguridad. Pat Reid comentaba sobre él que «poseía una cualidad poco común entre los alemanes, sentido del humor”.
- El capitán Reinhold Eggers, oficial de seguridad desde noviembre de 1940 hasta abril de 1945, ascendido a jefe de seguridad en 1944. También, era el único angloparlante entre los alemanes en Colditz, por lo que participó en todas las interacciones con los prisioneros o entre los oficiales superiores y el Kommandant como traductor.
Y en la cúpula del escalafón los comandantes del campo:
- Oberst Schmidt 1939 – agosto de 1942, un oficial que solía dejar las cosas seguir su propio curso y poco dado a intervenir salvo que fuese necesario.
- Oberst Glaesche 1 de agosto de 1942-13 de febrero de 1943, más estricto que su predecesor y mucho más intervencionista, no dudaba en castigar las menores infracciones.
- Oberst Prawitt 14 de febrero de 1943-15 de abril de 1945, rendirá la plaza a las tropas norteamericanas.
Los prisioneros de Colditz
Durante el primer año de guerra, Colditz era considerado un campo de tránsito, pero en noviembre de 1940 esta designación cambió con la llegada de los primeros “residentes” fijos. Este contingente estaba compuesto por 140 oficiales polacos a los que se consideraban como propensos a la fuga, siendo recibidos por el comandante del campo, Oberst Max Schmidt, con las siguientes palabras de bienvenida.
«De acuerdo con las disposiciones establecidas en la Convención de Ginebra para el tratamiento de prisioneros de guerra, el Alto Mando ha instituido este campo de prisioneros de guerra – Oflag IV C Colditz – en el cual los polacos habéis sido admitidos como un caso especial. Polonia ya no existe y sólo se debe a la magnanimidad de nuestro Führer que se estén beneficiando temporalmente de los privilegios como prisioneros de guerra de países beligerantes. Ustedes deben estar agradecidos a Adolf Hitler por favorecerles a pesar que por su estúpida obstinación en 1939 han sido responsables del inicio de la guerra».
Unos días más tarde Donald Middleton, Keith Milne y Howard D. Wardle, oficiales canadienses que se habían unido a la RAF antes de la guerra, se convirtieron en los primeros prisioneros de habla inglesa en Colditz. A estos se les unirían los famosos Laufen six, seis prisioneros del Oflag VIIC en Laufen; capitanes Rupert Barry, Harry Elliot, Richard Howe, Keeneth Locwood, Pat Reid y el Teniente Anthony Peter Allan. Todos ellos serían clave en la organización de muchas de las futuras fugas.
Con la recepción de nuevos prisioneros el número de huéspedes del campo aumentó y ya para las navidades de 1940 contaba entre sus paredes con 60 oficiales polacos, 12 belgas, 50 franceses y 30 británicos. En febrero de 1941, 200 oficiales franceses engrosaron las filas de los reclusos y para julio el atestado recinto contaría con más de 500 oficiales: unos 250 franceses, 150 polacos, 50 británicos y de la Commonwealth, 2 yugoslavos y 68 holandeses.
En mayo de 1943, el Alto Mando de la Wehrmacht decidió que Colditz fuera ocupado únicamente por estadounidenses y británicos, así que en junio los holandeses fueron trasladados, y poco después los seguirían polacos, belgas y franceses. El último grupo de franceses dejó el castillo el 12 de julio de ese año. A finales de ese mes sólo quedaban algunos oficiales de la Francia libre y 228 oficiales británicos, con un contingente de canadienses, australianos, neozelandeses, sudafricanos, irlandeses y un indio.
Un día en Colditz
El ritmo del día a día era marcado por las llamadas a lista que se organizaban para contar a los prisioneros. Hasta 3 o 4 appells diarias se realizaban en el patio en un intento de dificultar las tareas preparatorias de fugas. Si durante una de estas appells se descubría que alguien había escapado, se alertaría a la policía y estaciones de tren dentro de un radio de 40 km donde incluso miembros locales de las Juventudes Hitlerianas ayudarían a buscar a los fugitivos.
En cuanto a la comida, gracias a los paquetes de la Cruz Roja, en ocasiones los presos tenían artículos mucho mejores que sus guardias, que dependían de las raciones de la Wehrmacht. Los prisioneros podían utilizar estos “bienes de lujo” para comerciar y, por ejemplo, cambiar sus cigarrillos o chocolate por marcos del Reich alemán que esperaban poder utilizar más tarde en sus intentos de fuga. Ocasionalmente, esto resultó ser un error, ya que varios de los billetes que recibieron eran de variedades que ya no se consideraban de curso legal.
Si la comida era importante no lo era menos la lucha contra la tediosa rutina y el aburrimiento. Para combatirla los presos organizaron todo tipo de competiciones deportivas, actividades culturales como coros, bandas de música, teatro o la organización de revistas cómico-musicales. A estos pasatiempos tolerados pronto se unió la ya no tan inocente destilación ilegal de alcohol. Iniciada por el contingente polaco y usando elementos de fortuna pronto esta afición se extendió a las otras nacionalidades que aportaron su toque personal a las añadas del castillo. En un alarde de ingenio, un prisionero llamado Michael Farr, cuya familia era propietaria de las destilerías Hawker’s Gin, logró producir clandestinamente un vino espumoso bautizado jocosamente como Château Colditz.
Otra obsesión lógica de los oficiales era la obtención de información fiable del curso de la guerra o la situación en casa. No obstante, y dado que el correo era revisado regularmente por los censores y los periódicos alemanes recibidos por los prisioneros contenían mucha propaganda, la única información confiable que los prisioneros podían obtener era a través de las transmisiones de la BBC. Para ello, y aunque pueda parecer increíble, contaron con dos radios introducidas de contrabando gracias al prisionero francés Frédérick Guiguesy. Apodadas «Arthur 1» y «Arthur 2», fueron evidentemente ocultadas a sus captores y tan bien lo hicieron que, aunque la primera fue descubierta rápidamente, la segunda permaneció en secreto hasta que Guiguesy regresó a Colditz y la sacó de su escondrijo durante un recorrido por el castillo en 1965.
Las evasiones
Con los prisioneros alojados en el campo a prueba de fugas, lógicamente lo primero que hacen es ponerse a trabajar en diferentes planes de evasión. Para ello se crean los denominados comités de fugas al mando de un oficial que tenía prohibido participar en los intentos mientras desempeñase ese papel. Su misión sería coordinar los trabajos, dar aprobación a los planes, apoyarlos y organizarlos.
Fruto de estos esfuerzos nacieron dos túneles. El del contingente francés desde la torre del reloj que estaba junto a sus dormitorios, mientras que polacos y británicos lo hacían en el suyo desde la cantina. El túnel francés pronto fue descubierto, y sus accesos sellados. No obstante, los franceses esperaron un tiempo prudencial y nuevamente abrieron un acceso, mientras británicos y polacos continuaban con sus trabajos.
A principios de 1941, los prisioneros británicos habían accedido a las alcantarillas y drenajes que había debajo de los suelos del castillo. La entrada era un pozo de mantenimiento en el piso del comedor. Tras viajes iniciales de reconocimiento, se decidió que el drenaje debía ser ampliado para hacer una salida en una pequeña zona cubierta de hierba que daba a la ventana del comedor. Desde aquí, se podría bajar la colina y caer por debajo del muro exterior del castillo. Sabiendo qué centinela estaría en servicio durante la noche prevista a la fuga, los prisioneros reunieron 500 Reichmarks para sobornarle, pagando 100 por adelantado.
El plan de fuga tomó tres meses de preparación. En la tarde del 29 de mayo de 1941, Pat Reid se ocultó en el comedor después de cerrarlo, estuvo ahí durante la noche. Reid quitó el cerrojo de la puerta y regresó por el patio. Tras el recuento vespertino, los elegidos para la fuga se deslizaron hacia el comedor de manera inadvertida. Desde allí entraron en el túnel y esperaron la señal para continuar. Sin embargo, los prisioneros no sabían que habían sido traicionados por el centinela sobornado. En la zona cubierta por la hierba estaban el capitán Priem y sus guardias.
Estos túneles consumían mucho trabajo y recursos, pero no absorbieron todos los esfuerzos de prisioneros menos pacientes que los cavadores. Así, el 12 de mayo de 1941, los oficiales polacos Miki Surmanowicz y Mietek Chmiel intentaron descender en rápel un muro de 36 metros para, al más puro estilo de Hollywood, escapar con una cuerda formada por sábanas. Para conseguir la posición más adecuada a sus planes ambos hicieron lo posible para ser castigados en aislamiento. Tras forzar la puerta y las cerraduras de su celda de confinamiento, se dirigieron al patio, donde escalaron hasta una cornisa estrecha. Desde allí accedieron a un tejado donde, reutilizando la cuerda hecha con sábana, bajaron hasta el suelo donde fueron atrapados por un avispado centinela.
Se dice que los planes más simples son los mejores y con esta idea en la cabeza un oficial francés pensó y ejecutó lo que sería la primera evasión con éxito del denominado campo aprueba de fugas. El teniente Alain Le Ray del regimiento de infantería alpina n.º 159, se dedicó a estudiar las rutinas de los guardias que acompañaban a los prisioneros al campo de ejercicios en el parque anexo al castillo. Descubriendo una parte del sendero donde durante varios segundos quedaba fuera de la vista de los guardias, se ocultó en la maleza y esa noche escaló el muro para, con mucha suerte, conseguir llegar a la zona no ocupada de Francia. Este fue el primer tanto de los prisioneros, o como decían los oficiales de habla inglesa, su primer home run.
Lógicamente esto supuso un endurecimiento de la seguridad, con aumento de registros, patrullas en el perímetro, más alambradas y recuentos, pero estos tampoco fueron disuasivos y los intentos continuaron. El 10 de mayo un pequeño oficial británico, el teniente Peter Allan, se ocultó en unos viejos colchones de paja que se retiraban del castillo. Escondido en la parte trasera de un camión fue arrojado como carga en un pajar desde donde inició un increíble viaje. Gracias a su dominio del alemán llegó a Viena donde intentó, sin éxito, ser ayudado por la embajada norteamericana. Sin recursos y agotado, fue recapturado y enviado nuevamente a Colditz tras 21 días de viaje. Como premio a su excursión fue castigado con tres meses de aislamiento.
Estos son algunos ejemplos de la ingente cantidad de planes o intentos que, en mayor medida, nunca tuvieron éxito. En realidad, la mayoría de las fugas exitosas se produjeron durante traslados o actividades fuera de los muros del campo. No obstante, merece la pena destacar algunos intentos donde, como se suele decir, la realidad supera ampliamente a la ficción.
El 25 de junio un grupo de prisioneros británicos regresaba de sus ejercicios, cuando divisaron a una civil alemana que seguía el camino en dirección al patio alemán. Su presencia desata todo tipo de silbidos y expresiones más o menos groseras que hacen apurar el paso a la azorada joven. Sin darse cuenta, esta deja caer un reloj que galantemente es recogido por un oficial británico y entregado a un centinela que, tras alcanzar a la apurada chica, descubre que en realidad se trataba del oficial francés, el teniente Boulé.
Otros prisioneros no se rompían tanto la cabeza como este oficial y ponían más redaños que ideas en sus planes de fuga. Este podría ser el caso del teniente Pierre Mairesse Lebrun. Aprovechando su buena condición física, el 2 de julio, mientras realizaba su carrera diaria, coge velocidad y aprovechando el impulso de un compañero salta el vallado sin parar de correr entre los disparos de los guardias, sortea el muro del parque y se adentra en el campo. Pronto se hizo con una bicicleta, con la cual llegó a la frontera suiza en 8 días. Al más puro estilo de Steve McQueen su bici se rompe prácticamente en el borde de ambos países y es detenido por un policía. Podría parecer el final de su fuga, pero este oficial no lo duda, consigue reducir a su captor y tras un spring final logra alcanzar la neutral suiza.
En enero de 1943, dos oficiales holandeses germano parlantes, Abraham Tony Luteijn y HG Doners, y dos oficiales británicos, Airey Neave y John Hyde-Thompson, se uniformaron como oficiales alemanes usando, para ello, sus propios uniformes debidamente modificados. La primera pareja, Neave y Luteijn, vestidos de esta guisa, lograron aproximarse al muro del parque y saltarlo, cambiándose de ropa se perdieron en la noche para con el tiempo llegar a Suiza. La otra pareja, aunque consiguió salir del recinto, sería capturada poco después.
El año terminaría con un nuevo e ingenioso intento. Un corte eléctrico propicia que se llamase, como en otras ocasiones, al electricista del pueblo. Este no tarda en acudir al castillo para poco después salir por la puerta principal en busca de una herramienta que había olvidado. Aparentemente pura rutina, pero un agudo centinela le pide su pase que, lógicamente el teniente francés Pérodeau, perfectamente caracterizado como el electricista, no pudo aportar.
El año terminará en el campo a prueba de fugas con aproximadamente 80 intentos de evasión y la huida exitosa de 7 británicos, 5 franceses, 3 holandeses y un belga. Todo ello evidentemente tensionó mucho las relaciones entre los prisioneros y su alcaide que fue finalmente trasladado a un destino seguramente más emocionante en el frente del este. Su sustituto sería el Obersleutnat Gerhard Prawitt, un oficial de combate herido en la campaña de Francia e incapacitado para el servicio en el frente. Más joven que sus predecesores, respetuoso con los internos, pero dinámico a la hora de evitar más fugas, acometió un esfuerzo en la renovación de las alambradas, focos o incluso la instalación de micrófonos destinados a la captación de sonidos de excavación. También se construyó una torre en el perímetro dotada de ametralladoras, en la zona de la terraza inferior donde se juntaba el muro norte y oeste. Curiosamente estos refuerzos en la seguridad se veían lastrados en la cada vez peor calidad de los guardias que eran enviados al frente y reemplazados por personal convaleciente, muy joven o ya mayor.
A pesar de los denodados esfuerzos de Prawitt, las intentonas continuaron, y entre ellas la protagonizada por el teniente Mike Sinclair. Este intrépido oficial uniformado y caracterizado como el sargento mayor Fritz Rothenberger, miembro real de la guarnición y famoso por sus bigotazos, iría por varios puestos de guardia ordenando que estos fuesen a otra zona del recinto para evitar una intentona de evasión y dejando en su lugar a otros prisioneros caracterizados como centinelas. Una vez lograda esta “vía libre” sería seguida por un nutrido grupo de prisioneros que esperaban agazapados. Al anochecer del 4 de septiembre se inició el plan y aunque cueste creerlo, inicialmente funcionó bien, dos centinelas fueron retirados y todo parecía indicar que estaba a punto de conseguirlo hasta que un puntilloso guardia le pidió su pase. El audaz Sinclair no dudó en mostrar uno, pero, para su desgracia, el color de los mismos había sido recientemente cambiado y justo en ese momento, en un giro inesperado y digno de una película, el verdadero sargento mayor, Rothenberger, hace acto de presencia en el puesto de guardia. La situación podría tildarse de cómica o incluso convertirse en una de las anécdotas más divertidas de Coldtiz, si no fuese porque un nervioso guardia dispara su pistola y hiere de gravedad a Sinclair. El guardia será castigado y enviado al frente, mientras que paradójicamente un Siclair recuperado, fallecerá más tarde en un intento de fuga al ser tiroteado por los centinelas.
Para entonces los intentos estaban disminuyendo, las medidas más estrictas de seguridad, una victoria que ya se vislumbraba cercana, unos civiles alemanes muy hostiles con los aviadores aliados y la llamada Aktion K propiciaron una sensible reducción en las fugas. Debemos recordar que la Aktion K era una directiva emitida por Himmler donde se autorizaba la ejecución de cualquier prisionero recapturado que no fuese esencial para el esfuerzo de guerra. Esta se habría aplicado sobre 50 oficiales evadidos del famoso Stalag Luft III de Sagan.
A finales de 1944 el campo recibió nuevos huéspedes catalogados como “prominentes”. Entre estos VIPS o reclusos de especial importancia se encontraban entre otros: David Stirling, fundador del SAS, el Capitán Charles Upham un Kiwi galardonado con la VC, diversos oficiales de familias nobles inglesas como un sobrino de Churchill o incluso un hijo del mariscal Haig. A este ilustre grupo se unirá en febrero de 1945 el general Tadeusz Bór-Komorowski, comandante del Armia Krajowa y responsable de la sublevación de Varsovia.
Aunque desconocido en su momento, curiosamente un cautivo de Colditz alcanzará con el tiempo gran notoriedad por sus trabajos como científico para los servicios secretos de su majestad. Me refiero, ni más ni menos, al actor galés Desmon Llewelyn, conocido por interpretar a Q en 17 películas de la saga James Bond.
Ya estamos en 1945 y la guerra en Europa da sus últimos coletazos. Ese abril las tropas estadounidenses entran en la ciudad de Colditz liberando a los prisioneros del castillo el día 16. En mayo de 1945, comenzó la ocupación soviética de Colditz al quedar dentro de lo que con el tiempo se convertirá en Alemania Oriental. El gobierno convirtió el castillo de Colditz en una prisión para delincuentes locales. Más tarde, el castillo fue hogar o asilo de ancianos, así como un hospital y una clínica psiquiátrica. Muchos años después del término de la guerra, en las obras de reparación o remodelación, aún se seguían encontrando escondites y túneles olvidados. Actualmente el castillo se puede visitar y cuenta con un museo dedicado a su historia e incluso ofrece la posibilidad de alojarse en su interior.
No obstante antes de dejar los muros de Colditz debemos narrar una última proeza de los prisioneros, cuya historia real sirvió de inspiración argumental para el telefilm de 1971 The Birdmen, protagonizada por el actor parodiado en los Simpsons, Doug McClure.
Básicamente, el alocado plan de fuga consistiría en construir un planeador para dos hombres que desde un ático y utilizando el techo de la capilla como improvisado aeródromo les permitiría salir del castillo y cruzar el río Mulde. La pista se construiría a partir de mesas y el planeador se lanzaría usando un sistema de poleas lastrado con una bañera metálica que caería llena de cemento, acelerando el planeador a 50 km / h. Ideado por dos pilotos británicos, Jack Best y Bill Goldfinch, los laboriosos trabajos fueron ocultados gracias a una pared falsa en al ático y un sistema de alarma eléctrica que advertía a los constructores de la presencia de guardias.
Para el fuselaje hubo que fabricar nervaduras, principalmente de listones de cama, mientras que los largueros de las alas se construyeron con tablas del suelo. Los cables de control se hicieron a partir de cables eléctricos sustraídos de estancias no utilizadas del castillo. Para dar seguridad a un proyecto que no permitiría segundas oportunidades, un experto en planeadores llamado Lorne Welch, revisó los diseños y cálculos realizados por Goldfinch. El planeador resultante sería un monoplano de ala alta, biplaza, de 109 kg, de una envergadura de 9,75 m y una longitud de fuselaje de 6 m. Se utilizaron sacos de dormir de la prisión de algodón a cuadros azul y blanco para cubrir el planeador, pero la guerra terminó antes de que se finalizara el proyecto.
La gesta de este planeador no cayó en el olvido y con el paso del tiempo se planteó la pregunta que seguramente te habrás hecho leyendo su historia, ¿habría podido volar? El original nunca se recuperó, pero gracias a una fotografía y los diseños que guardó el propio Goldfinch, se realizó un modelo más reducido que fue lanzado con éxito desde el techo del castillo en 1993. No será el último intento de probar la viabilidad del proyecto, en 1999 el Channel 4 encargó una réplica a tamaño real que fue testeada con éxito en el aeródromo de Odiham ante los emocionados ojos de Best y Goldfinch. Finalmente, en 2012 se fabricó una nueva replica por parte de la empresa South East Aircraft Services que controlada remotamente se lanzó desde el emplazamiento previsto para el original. Esta copia consiguió su objetivo más de 67 años después aterrizando en un prado al otro lado del río.
La serie La fuga de Colditz
Nos encontramos en 1986 y ese marzo, en las tardes de los sábados resonaban en todos los televisores españoles los pasos de los guardias alemanes haciendo la ronda en Colditz. Esta serie de factura británica y emitida por la BBC entre 1972-1974 se desarrolló en dos temporadas con un total de 28 episodios. Emitidos cronológicamente desde la llegada de los primeros prisioneros hasta la liberación del campo, muchos de los eventos descritos en la serie se basan en hechos reales aunque no existe una relación directa entre los personajes reales y los dramatizados. Siendo los más evidentes Pat Grant, Pat Reid y el Hauptmann Ulmann como Reinhold Eggers.
En el elenco de actores podríamos destacar a Jack Hedley como el teniente coronel John Preston, Edward Hardwicke como el capitán Pat Grant, Robert Wagner como el mayor Phil Carrington o David McCallum. Este último además de figurar como oficial naval en La Gran Evasión alcanzará gran notoriedad al representar en la serie NCIS al Dr. Donald «Ducky» Mallard.
Lógicamente el asesor histórico no pudo ser otro que el mayor Pat Reid y dada la imposibilidad de rodar en los escenarios reales uno de los lugares que se utilizaron para recrear Colditz fue la fortaleza de Stirling.
Los juegos de mesa
Publicado para España por la mítica NAC en 1981, contó con una segunda parte denominada Después de Colditz, la fuga a través de Europa para llegar a casa. Resultó ser un enorme éxito que gracias al efecto de la nostalgia resultaría reeditado en 2006.
El tablero representaba un plano del castillo dividido en estancias por las que se movían gracias a tiradas de dados los jugadores. De dos a seis, uno de los cuales forzosamente era el alemán, los otros cinco representaban por colores las naciones aliadas. Rojos británicos, azules estadounidenses, marrón franceses, naranja holandeses, verde polacos, reservando el negro para los peones de los guardias.
Las piezas de juego se mueven siguiendo la puntuación de dos dados y para poder fugarse cada jugador ha de preparar previamente su “kit de fugas”. Compuesto por comida, disfraz, brújula, documentos se obtiene gracias a cartas de oportunidad o visitando habitaciones del castillo. Adicionalmente se deben conseguir otros materiales, curdas, llaves o cizallas que permitirán al prisionero abrirse paso hacia el exterior.
Evidentemente al jugador del bando alemán también tiene sus cartas, tarjetas de seguridad, que le permiten llevar acciones anti fugas. Entre las más recordadas destacaría las cartas de «Disparar a matar», «Detectar túnel» o invocar una Appell.
Una vez que los jugadores han decidido una ruta de huida y han obtenido las cartas necesarias, se mueven por el castillo gastando equipo y cartas para intentar llegar al borde del mapa antes de ser atrapados por un peón alemán. Paralelamente el jugador alemán mueve sus guardias por el tablero, tratando de deducir los movimientos de los jugadores y capturarlos una vez que inicia una fuga. Las piezas de juego atrapadas al escapar, en posesión de equipo o encontradas en partes no autorizadas del castillo se pueden confinar en celdas de castigo durante unos turnos mientras que las abatidas por disparos se retiran de manera permanente.
El juego tiene un límite de tiempo y objetivos por número de prisioneros fugados que lógicamente el jugador alemán ha de impedir. Antes de finalizar el tiempo de juego se podía utilizar una carta denominada “huir o morir”. Permitía hacer varias tiradas de dados y sumando el total mover el peón hasta una de las metas sin necesidad de equipos de fuga. Si la cantidad era suficiente, para llegar se obtenía una fuga mientras que si se quedaba corto el equipo era eliminado del juego.
Bibliografía recomendada
- The Colditz Story, Edit Hodder & Stoughton
- Colditz: Oflag IV-C, Edit Osprey Publishing
Comentarios recientes